Ultimisimísima

Será mi consuelo que al menos en tus despedidas me recuerdes, quizá alguna noche, en esas despedidas de ocasión, me reencuentres transformado en una vasija de barro, permeable, olorosa y vacía. Sabrás que soy nosotros pues supiste mi canto, mi berrido, nuestra melodía. Esa en que brillaba el agua que ya no está.

Quizá me reencuentres en los funerales de tu próximo fruto, mi ataúd estará a su costado.

Quizá me reencuentres en los infiernos donde seguiré jugando y buscando como enano la manera de que tu indiferencia se transforme en fuego apagado.

Estaré preparando el conjuro para que podamos vernos después de la eternidad, es decir, después de la última vez.

Y la ultimisimísima vez podré entonces envejecer, luego de morir, habiendo consumado mi amor por ti, en un franco abrazo de reciprocidad etaria.

Decreceré, luego de envejecer, para futurear la primera vez que nos besamos. Esa vez mis poros florecerán, como entonces, mi corazón en fálica forma y afilado se incrustará en tu recuerdo. En tus fantasmas que, lo sé, seguirán acompañándome como hasta ahora.

Luego seré infante y, al perder por completo la memoria, adoraré la alegría del sol, la dicha del bosque, la magia del mar, no sabré de donde llegas (ni sabré explicarlo) pero te sentiré dentro, pleno, creyendo que son ellas quienes me dan eso que los adultos llaman felicidad.

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