Un día sísmico

Había concluido el simulacro anual conmemorativo con motivo del terremoto que azotó al entonces Distrito Federal en 1985. Regresábamos comentando que no teníamos en el trabajo como tal un plan de evacuación y contingencia profesional, salvo las indicaciones primarias de "salgan en orden, rápido". No teníamos guía, ni botiquín, ni mando. A diferencia, personal de otros inmuebles vecinos se veían más ordenados en su salida, indicaciones precisas y claras. Guías capacitados, perfectamente visibles, equipados, atuendados. Con instrucciones claras y precisas. Lo tomábamos más a broma que preocupados.

Unos instantes después daba comienzo un movimiento telúrico, la alarma, que no sonó inmediatamente nos lo confirmaba. Nuestro espanto, asombro y zozobra nos condujo rápidamente a la salida. El piso estaba convulso, sólo hay una salida por donde cabe una persona a la vez. Un segundo piso no planeado para oficinas pero acondicionado a lo que se puede. 60 personas en un segundo piso queriendo salir a prisa mientras el movimiento tambaleante del piso nos desviaba de la línea recta. Por las escaleras el sismo nos dificultaba el descenso. Las paredes se cuarteaban y de ellas se desprendían bloques más grandes y más pequeños que escandalizaban a todos. Un caudal de gritos y espanto nos empapó. Nubes de polvo blanco nos bañaron. Conseguimos llegar a planta baja. Al mirar la puerta de salida, pensé que salía de un túnel largo y oscuro. Afuera mucha luz. Mucho más polvo blanco por todos lados. Los edificios de Fray Servando esquina con 20 de noviembre retumbaban, crujían, los cristales explotaban y caían sin aviso al piso. Los gritos y la gente apabullada ensordecían la escena. Paró el tránsito, pero el movimiento terrestre no. La angustia nos hizo comunidad de nuevo. Ya sobre la plaza Tlaxcoaque me supe ileso y busqué a mis compañeros. Faltaba la Fercha.

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