Manías "del amor" o microclimas de la violencia en la ciudad


Me ha sorprendido, agobiado, deprimido, derrumbado el saber que gente a mi lado, banda de mi círculo cercano soporta y tolera que la violenten, y de qué manera. Le nombran "perdón" a eso que yo llamaría incapacidad de construir nuevas rutas no violentas de crecimiento. "Ya lo perdoné" significa ya estoy de nuevo con mi agresor. Le dicen "amor" a lo que yo llamaría orfandad. La necesidad de pertenecer a un algo. La necedad obsecada de seguir siendo los mismos pusilánimes obedientes de la violencia. No es sencillo explicar que también es violencia eso que uno hace contra sí mismo, al aceptar ponerse a disposición del agresor. Esto no sería revictimización, sino una victimización que se recicla infinitas veces. Él casi me mata, me dijo ella. La miré golpeada, con la autoestima hecha mierda, llorando, destrozada. Me aventó por las escaleras. Me ahorcó con sus propias manos. Hasta que se me acabaron mis fuerzas, y me supe derrotada, él me soltó del cuello. Me lo contó hace algunos meses, cuando se fugó de la ciudad para resguardarse. 

Sabes cuando una persona está espiritual, social, económica, afectiva y anímicamente por el suelo. Ella estaba en el infierno pero creía que estaba en el purgatorio, pagando una pena. Una culpa de la que nunca fue culpable, sino víctima. 

La sanción no debe ser contra ella. Lo que debe haber es solidaridad, sororidad, tejer redes a su favor. Pese a que ella, ahora, lo haya perdonado. 

Nos vimos esta noche en un lugar de la Roma, donde la gente linda se da cita, y las ideas chairas tienen muchos consumidores ambientalmente responsables, orgánicamente productivos, que se talquean con cocaína, escuchando los sonidos más actuales del mundo mundial, donde la violencia no vende pero si vive. Me lo confesó apenada. Y me dijo, las escenas se han repetido. Vaya manía social de replicar vórtices de violencia entre acéfalos sexuales. Animales capitalinos cuyo instinto no es para sobrevivir, sino para sobremorir. Y las personas circundantes, testigos, amigos, hacen como que no ven lo que es evidente: la decadencia de las relaciones. Y se toma, de parte de ellos, como un asunto que no les incumbe. En la tolerancia hay aceptación tácita, normalización, reproducción. Si te defiendes "eres una exagerada". Si denuncias quedas mal con los amigos del clan. Se deja para después el derecho a una vida libre de violencia. Se deja para hoy la muerte. Microclimas de violencia. 

Golpes, moretones, vejaciones, maltrato, sangre, aventones, cachetadas, empujones, insultos, humillaciones, ahorcamientos, puñetazos, patadas, cabezasos, agresiones punzo-cortantes, disparos. 

Tú te lo buscaste, tú lo provocaste, en el fondo es tu culpa. Tú también lo agredes. Tú también eres una cabrona. Así rezan los clamores populares de la sinrazón.

Lo que me duele es saber que hoy podrías estar muerta. Lo sabes. Y sabiendo eso, has vuelto a la cueva del lobo. Adulta, lúcida. Nadie tiene potestad sobre ti más que tú misma. Retiraste los cargos y confías en que el amor es superior.

Me dueles tú, como me duele Karen, Lety, Ximena, Odeth, Martha, Monse, Clau, Andrea, Lore, no alcanzan los días para llorar tanta muerte.

Alegre baila, canta, ríe. La noche avanza entre escenas festivas, luces, abrazos, amistades. Las esquinas de la ciudad también abrazan el deleite pasada la medianoche. La felicidad existe. La libertad se bebe. Los murales del sitio de baile nos hablan de esta ciudad inconclusa, damnificada, rota. No obstante, nosotros bailamos sin mirar a quien. De un sitio vamos a otro, y a otro. Esta ciudad no se cansa de exprimirnos. Le respondemos con baile, mucho baile. Antes de que ella deba irse al sepulcro. No porque la muerte le llame, sino porque ella va de propia voluntad a encontrarse con su amado. Antes del amanecer buscará sus brazos. Y él la tendrá para sí. Amándose sólo como ellos saben, cual demonios entrelazados, dedicados y sedientos de sí. Hasta la muerte. 

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