Les fantasmas del Alba


LES FANTASMAS DEL ALBA

Y después de 70, 80 años, aquí, en el espeso oscuro seno del mismo río de aquel entonces,
en el mismo hondo y verde de la más aún vieja ciudad,
estas mujeres sin sombra, estos hombres tatuados,
bruscas bocas de odio más insomnio, 
algunas rosas heroínas o azucenas de polvo en las manos
y una desesperante ráfaga de sudor. Súcubos e íncubos, nostálgicos de clóset, reyes del instagram, estrellas del deterioro. Amantes exitosos de las citas a ciegas. 
Toxinas de la simulada democracia instsurada.
Esos viejos demonios siguen renaciendo en carne nueva con sangre de caldera.

Son los que tienen en vez de corazón
una perra enloquecida
o una simple manzana podrida
o un frasco con líbido y alcohol
o el murmullo de las cuatro de la mañana
o un sístole como diástole.

Son fantasmas del alba. Insaciables upires, inquebrantables de lo rotos que están
Bandidos con la barba crecida
y el bendito cinismo endurecido,
con caderas galopantes y tetas empoderadas
asesinos cautelosos
con la ferocidad sobre los hombros,
los maricas con fiebre en las orejas
y en los blandos riñones,
los violadores,
los profesionales del desprecio,
los del aguardiente en las arterias, 
quienes bebían mezcal cuando era de pobres
los que gritan, aúllan como lobos
con las patas heladas.
Les fantasmas más abandonados,
más locos, más valientes:
los más impuros.

Están caídos de sueño y esperanzas,
con los ojos en alto, la piel curtida
y un eterno sollozo de cumbia en la garganta.
Pero hablan y bailan a su modo. Al fin la noche es una misma
siempre, y siempre fugitiva:
es un dulce tormento, un consuelo sencillo a manos llenas
una negra sonrisa de alegría,
un modo diferente de conspirar,
una corriente tibia temerosa
de conocer la vida un poco envenenada.
Ellos hablan del día. Del día,
que no les pertenece, en que no se pertenecen,
en que son más esclavos; del día,
en que no hay más camino
que un prolongado silencio
o una definitiva rebelión.

Se comen el mundo crudo, sangrado aún.
Pero yo sé que tienen miedo del alba.
Sé que aman la noche y sus seductoras lecciones escalofriantes.
Sé de la lluvia nocturna cayendo
como sobre cadáveres.
Sé que ellos construyen con sus huesos
un sereno monumento a la angustia.
Ellos y yo sabemos estas cosas:
que la gemidora metralla nocturna,
después de alborotar brazos y muertes,
después de oficiar apasionadamente
como madre del miedo,
se resuelve en rumor,
en penetrante ruido,
en cosa helada y acariciante,
en poderoso árbol con espinas plateadas,
en reseca alambrada:
en alba. En alba
con eficacia de pecho desafiante.

Entonces un color desnudo y terso
aparece en el mundo.
Y los hombres son pedazos de alba,
son tigres en guardia,
son pájaros entre hebras de plata,
son escombros de voces.
Y el alba negrera se mete en todas partes:
en las raíces torturadas,
en las botellas estallantes de rabia,
en las orejas amoratadas,
en el húmedo desconsuelo de los asesinos,
en la boca de los niños dormidos,
en las uñas tras rascar la tierra para salir a flote,
en los albeolos salitrosos de tabaco, cannabis y disnea.

Pero les fantasmas del alba se repiten, se buclean
en forma clamorosa,
y ríen y mueren como guitarras pisoteadas, 
como cajas de beats viejos,
como luces de otro purgatorio,
con la cabeza limpia, el intestino graso
y el corazón blindado.

- In memoriam a Efraín Huerta y los hombres del alba que describió en 1944

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